Miles de flechas taladraban mi cuerpo, pero no podía, ya, sentir dolor alguno. Y grité, espada en algo, que estaba dispuesto a partir en dos el mundo: el mundo negro y el mundo blanco; puesto que ni el Bien ni el Mal han satisfecho, que yo sepa, a hombre alguno.
El alba trepaba por las piedras de la torre; mostraba antiguas y nuevas huellas de todas las guerras y todos los vientos. En algún lugar persistía el enfurecido piafar de negros y blancos animales: agrediéndose, aún, tras la muerte de los hombres.
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